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31 mar 2021

Virus más grandes que las bacterias

El micoorganismo más pequeño de vida libre es la arquea Nanoarchaeum equitans, descubierto en 2002, con un diámetro de 0,4 µm donde alberga un genoma de 490 885 pb con 552 genes. Su descubrimiento desalojó del trono a Mycoplasma genitalium, una bacteria parasitaria que mide de 0,3 a 0,5 µm para alojar un genoma de 580 076 pb que codifica 521 genes y tan solo 36 tRNA. En 2006 subió un nuevo microorganismo a lo más alto del pódio: la proteobacteria endosimbionte Carsonella ruddii con un genoma circular aún más pequeño, de 159 662 pb en el que se solapan unos 182 genes. Pero en 2020 tenemos un nuevo ganador: Hodgkinia cicadicola, con un genoma ligeramente menor de 143 795 pb que codifica 169 genes y que ha patentado el Craig Venter Institute.

A pesar de que creamos que los virus son más pequeños que las células, la familia Mimiviridae (donde mimi- viene del inglés mimicking microbe) son más grandes que todo lo anterior, como se aprecia en la infografía adjunta: la cápsida ya mide 0,5 µm (como una célula de Nanoarchaeum equitans) y, añadidas las envueltas y las proteínas superficiales, llegan a los 0,75 µm. Así que son visibles al microscopio óptico. El genoma es de DNA bicatenario con nada menos que 1,2 Mpb donde se han encontrado por ahora 1200 genes (entre 2 y 10 veces más que los microorganismos antes mencionados). Estos virus se descubrieron en 1992 dentro de las amebas y se creía que eran cocos (bacterias), eso sí, un poco raros. Hubo que esperar a 2003 para que se demostrara que realmente eran virus y no bacterias (no codificaban RNA ribosómicos). 

En 2013 se descubrieron los pandoravirus en Chile y Australia, que alcanzan los 2,8 Mpb y 2556 genes. La ICTV está viendo cómo clasificarlos, porque no parece que tengan nada en común con los mimivirus. Para rizar el rizo, en 2014 resucitaron del hielo un tercer 'tiranosauriovirus': el Pithovirus sibericum que mide nada menos que 1,5 µm, aunque su genoma ya no es tan espectacular: 'solo' tiene unas 0,61 Mpb que codifican unos 'miserables' 467 genes. Por el aspecto, los Pithovirus se parecen a los pandoravirus, pero el genoma es más cercano al de un mimivirus.


En plan anecdótico, tenemos unos mimivirus de ecosistemas acuáticos entre los que llama la atención el género Cafeteriavirus. No son virus de las cafeterías ni de los bares, sino que infectan al bacterióvoro marino Cafetería roenbergensis.

Y para terminar, quiero agradecer al libro Virus y pandemias (2020) de Ignacio López-Goñi (@microBIOblog) que me invitara a saber más qué son estos monstruos víricos, entre los que seguimos encontrando más nombres demenciales como los que comenté hace poco.

18 mar 2021

Los éxitos de genoma

Quién le iba a decir a Wilhelm Ludvig Johannsen, fisiólogo, botánico y genético danés, acuñador de términos duraderos como son biotipo y fenotipo, que en 1909 iba a proponer en alemán un exitoso neologismo para la unidad de información hereditaria: gen. Lo construyó a partir del lexema γενής (genós → 'raza', 'origen', 'nacimiento') que también se podía usar como prefijo γεν- (gen- → 'que genera', 'dar a luz'). El propio Johannsen empezó a acuñar neologismos derivados de él, como genotipo. Hoy ya damos por hecho que cualquier término que empiece por gen/geno tiene que ver con genes y genomas, e incluso con genética.

Como los caminos etimológicos son incontrolables, poco después, en 1920, el botánico alemán Hans Winkler propuso genom ('genoma') para designar lo que conocemos como el conjunto total de genes presentes en una célula. Este neologismo probablemente surgió de la contracción de 'gen' y 'cromosoma', sin tener en cuenta que el segundo término contenía el sufijo σῶμα (sôma → 'corpúsculo celular'), que pasó automágicamente a ser ωμα (ōma → 'estructura biológica', 'conjunto'). Un siglo después, este sufijo se usa para referirnos a conjuntos de objetos de estudio en una célula u organismo. Tenemos así epigenoma (conjunto de marcas epigenéticas del genoma), metagenoma (conjunto de genomas de una comunidad de microorganismos), transcriptoma (conjunto de transcritos), proteoma (conjunto de proteínas), exoma (conjunto de exones), metaboloma (conjunto de metabolitos), microbioma (conjunto de microorganismos, no lo confundas con 'metagenoma'), secretoma (conjunto de sustancias secretadas), interactoma (conjunto de interacciones), miRNoma (conjunto de miRNA), y así un cada vez más largo etcétera. Todo esto se ha acuñado en inglés, pero se traduce sin problema.

Sí que nos ponen en un aprieto los que se han acuñado con raíces del inglés en lugar de las grecolatinas, como diseasome para referirse al conjunto de enfermedades, para el que disisoma o diseasoma no parecen muy apropiados. Mejor sería el híbrido enfermedoma e incluso patoma y morbidoma, pero descartaría los aparentemente válidos 'nososoma’ o ‘morbosoma' porque hacen pensar que el sufijo formante es -soma y nos llevaría a un significado muy distinto (como la sutil diferencia entre sicología y psicología).

Y todavía hay más: la ciencia que estudia cada uno de los conjuntos (-omas) antes mencionados se obtiene con el sufijo -omics → '-ómica', con lo que tenemos genómica, epigenómica, metagenómica, transcriptómica, proteómica, metabolómica, interactómica, secretómica, etc., que reciben en conjunto el nombre de ómicas. Tan exitosa forma de fabricar neologismos científicos ha traspasado sus fronteras, y nos encontramos con que existe la culturómica (culturomics) como la aplicación del tratamiento masivo de datos para el estudio de la cultura humana en función del comportamiento histórico o cultural. A mí me ha recordado la piscohistoria de Asimov.

Todo esto no es más que un aperitivo de lo que puedes encontrar en el libro Terminología, neología y traducción recién editado por Comares.

8 mar 2021

Vacunas contra enfermedades, pero anticuerpos contra epítopos, antígenos o patógenos

Cuando Edward Jenner ideó la primera vacuna en 1796 contra la viruela, ni se conocía lo que causaba la enfermedad ni se sabía por qué la vacuna nos protegía de la viruela. Hoy sabemos que contenía el virus de la viruela de las vacas, si bien los datos actuales apuntan a que la linfa de Beaugency que se utilizó para producir la vacuna a gran escala por todo el mundo realmente contenía el virus de la viruela del caballo, por lo que sería mejor que habláramos, como sugiere @microBioblogde equinación en lugar de vacunación. Eso la convierte en el perfecto caso que demuestra que las vacunas nos protegen de una enfermedad, independientemente del antígeno que se use para vacunar. Y eso que, desde los comienzos del siglo XIX, no dejan de aparecer ejércitos de antivacunas esgrimiendo argumentos llenos de mentiras, pero no es de eso de lo que quería a hablar.

La primera idea que se deduce de lo anterior es que las vacunas son contra las enfermedades. También se pueden nombrar con el prefijo anti- yuxtapuesto a un adjetivo derivado de la enfermedad (antigripal pero no antigripe, antirrábica en vez de antirrabia, antiherpética y no antiherpesantipoliomielítica, pero no antipolio). En la página de vacunas de Medline Plus encontraréis algunos ejemplos. Eso sí, las vacunas nunca son contra el antígeno.

La segunda es que, como parte de la respuesta inmunitaria (immune response), los anticuerpos actúan contra los epítopos de los antígenos que llevan los patógenos (estén o no formulados como vacunas). Al igual que estas, también se pueden nombrar por yuxtaposición del prefijo anti- a un adjetivo derivado del antígeno (antimurínico y no antirratón, antiglucoproteínico y no antiglucoproteína). En ningún caso debe decirse anticuerpo de ni anticuerpo para (antibody to). Finalmente, los anticuerpos nunca son contra la enfermedad.

Así pues, las vacunas contra la enfermedad denominada COVID-19 provocan la aparición de anticuerpos contra el antígeno del coronavirus causante (anticoronavícos), o más en concreto, contra la proteína de la espícula (antiespiculares). Por tanto, tendremos:

  • Vacuna contra la COVID-19, pero no contra el coronavirus.
  • Vacuna anticovídica, pero no anticoronavírica y mucho menos anticoronavirus.
  • Anticuerpos contra el coronavirus, o contra el SARS-CoV-2 o contra la proteína S, pero nunca contra la COVID-19.
  • Anticuerpos anticoronavíricos, pero no anticovídicos ni anticovid ni anti-COVID-19.
El sarampión está provocado por un paramixovirus del género Morbillivirus. La vacuna contra el sarampión utiliza el virus atenuado para protegernos al generar anticuerpos contra las glucoproteínas H y F de su superficie.

La gripe (enfermedad) está provocada por el virus de la gripe o influenzavirus, de la familia de los ortomixovirus. La vacuna contra la gripe (o antigripal) induce anticuerpos contra las glucoproteínas H y N que aparecen en la superficie de estos virus.

Y así con todas las vacunas y todos los anticuerpos que existen, sean naturales o biotecnológicos.